martes, 27 de julio de 2010

El abrazo que fue y el abrazo que no fue


Estamos intensamente futbolizados. La fiebre que provoca el Mundial suma a la mesa de las polémicas a la familia entera y a los amigos. Los argentinos se juntan alrededor de los televisores sin banderas partidarias. No es lo mismo que cuando juega River. No obstante nosotros no podemos dejar de observar de rabillo el River “modelo para armar” mientras el mundo parece detenerse cuando juega Argentina. Los que viajaron llegarán con las valijas llenas de anécdotas y de emociones. Los que lo vemos a la distancia, también sufrimos y gozamos, pero nos quedamos con las ganas de nutrirnos de historias.

Algo parecido les debe pasar a los jugadores. Una cosa es estar dentro del plantel y otra haberse quedado afuera. Resulta imposible no evocar casos y cosas de jugadores vinculados al Millo que integraron la Selección. Aquí va uno, que vale la pena recordar. Tiene que ver, con un gran tipo como Germán Lux y un gran arquero que hizo todas sus Inferiores en el club. Una historia de un riverplatense, a la vez muy didáctica. No siempre está regada de felicidad la vida del futbolista, en su camino también le aparecen espinas como si fueran dardos al corazón.

Corría el miércoles 24/5/2006 y con buen tino en la “Casa de la Selección”, el estadio Monumental, así como no se cansó de repetir el conspicuo boquense Mario Pergolini, se organizó un abrazo gigante para nuestro combinado. Más de 50.000 personas despidieron afectuosamente a la albiceleste en una fiesta que tenía como excusa un partido amistoso y como finalidad el abrazo simbólico de la gente. Se jugó un partido livianito, contra el Sub 20, del cual pocas conclusiones técnicas se podían sacar. Palacios convirtió tres goles y nunca fue titular a posteriori. Este equipo tan objetado, como todas las selecciones antes de sus partidas hacia la máxima competencia, necesitaba la bendición de su pueblo y la tuvo. Fue una buena idea aquella manifestación de apoyo, que lejos estuvo de mostrar connotaciones triunfalistas y que en realidad trasuntó un voto de confianza, más que necesario poniendo ya los caballos delante del carro.

Para los 23 elegidos era la fiesta de despedida. Seguramente debería haber fortalecido la autoestima de quienes viajaban a representarnos. Sin embargo, siempre hay otra historia. Así como la alegría de “los caballos” elegidos, esos 23, pocos días antes uno en particular, se despertó con la indignación de su exclusión, absolutamente inconvincente y dolorosa, llevada a cabo casi sobre la hora. Es una obviedad que ninguno de los integrantes de la lista definitiva poseen responsabilidad alguna sobre las desilusiones despertadas o los sentimientos de injusticia.

Es por esto que este “abrazo” multitudinario venía bien para los que estaban, pero hubo abrazos desplegados en muchísimas banderas que expresaban explícitamente el enojo y la bronca por la impensada y nunca aclarada separación del “Poroto” Lux. No extrañó entonces, para los que andamos cerca del “club de los cincuenta”, que se nos erizara la piel cuando el Beto Alonso apretujara a Pablito Aimar y le diera su camiseta como pasándole la posta de su talento. Lo mismo se observó con el Cabezón Ruggeri, el Ratón Ayala y el temperamento. Y con René y su sonrisa abriendo la jaula de los pájaros para que inspiren el vuelo de Román, de Saviola, de Tevez. Y así sucesivamente, los campeones mundiales presentes entregaron el legado de su gloria, bien ganada en el 78 y en el 86.

Lástima que Diego y Passarella, el Gran Capitán, por estar de viaje, no pudieron “abrazar” a Messi y a Sorin, sus más fieles herederos -asumiendo el riesgo herético de tamaña comparación, ante dos inalcanzables- Pero sí hubo un “abrazo que no fue”, ése fue el que durante tanto tiempo soñó “Poroto”. Que Fillol, esa maravilla del arco, ese espejo suyo, no lo haya estrujado entre sus brazos, no sólo para darle sus guantes o aquella camiseta verde sino para aconsejarlo, tranquilizarlo, y de última, contenerlo. El “Poroto” ya había perdido algo irreemplazable con el suicidio de un hermano, pocos meses antes. Un vacío demasiado grande, que nunca podría haber sido llenado con una convocatoria, pero que habría ayudado a elaborar el duelo.

La noche del Monumental fue un “hermoso abrazo” del pueblo para sus jugadores. Ese “abrazo que no fue” ya para Germán y sí para Ustari, Franco, Abondanzieri y el resto de los mundialistas. Lux había hecho méritos para recibir algo más que una nominación. Simplemente, el afecto. Lo que más necesitaba. Una pena, nadie lo advirtió.

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